lunes, 31 de agosto de 2009

Blog del optativo de penal

Recuerden que el optativo de derecho: justicia penal contemporánea tiene su propio blog:

http://justiciapenalcontemporanea.blogspot.com/

viernes, 21 de agosto de 2009

Diario: 14 de agosto de 2009

LA PENA DE MUERTE Y OTRAS IRRACIONALIDADES

Por Raúl Palma Olivares, Abogado y académico.

El execrable crimen de una niña en Valparaíso, profusamente mostrado por los medios de comunicación, ha provocado una comprensible indignación popular que reclama venganza y castigo para el presunto homicida, muerte para el asesino y que llevó incluso a la turba descontrolada a arremeter contra la policía que custodiaba el cuerpo del imputado a fin de que “fuera entregado al pueblo”, para ellos “hacer justicia” sobre él. Esto me recordó el gran libro de Foucault “Vigilar y Castigar”, que muestra en su primera parte cómo se llevaban a cabo en el siglo XVIII los suplicios públicos donde se privilegiaba el sufrimiento del condenado, un sufrimiento que debía ser excesivo para demostrar el poder soberano y que debía ejecutarse de manera pública para que quedara en la memoria de la gente, tanto como recuerdo del dolor infligido como acto disuasor- preventivo. Dos siglos después, parece que poco ha cambiado, “el ello” social afloró de manera nítida, nuestra identidad primaria que reclama venganza, ojo por ojo, superó a dos siglos de proceso civilizatorio y toda la “burocracia penal” resulta incomprensible, fastidiosa. Aún más, el cruel homicidio de la niña, ha levantado las voces, hasta ahora soterradas, por la reposición de la peña de muerte (incluso por este mismo diario). Pero seamos claros, dejando de lado el dislate jurídico que significa plantear una pena derogada por una norma internacional de derechos humanos con rango constitucional que impide su reinstauración, no existe evidencia alguna que la pena de muerte disuada de cometer delitos y quien diga lo contrario falsea los datos científicos con otros fines. Aún más, este tipo de delitos particularmente brutales (que han existido siempre y que seguirían existiendo), son menos susceptibles de ser disuadidos por la posibilidad para el agente de ser asesinado por el Estado. El sujeto desviado al cometer el crimen no calcula el costo- beneficio de sus actos en función de la pena de muerte, ni siquiera lo hace en función de la especial dureza de las penas, esa es una falacia instrumental afín al modelo de segregación punitiva que tenemos. Es necesario que la gente sepa que hoy en Chile tenemos lo que se denomina “pena de muerte en prisión”. Es decir la pena de presidio perpetuo efectivo que implica pasar a lo menos 40 años encerrado antes de optar a algún beneficio intrapenitenciario, que en la práctica es una condena a muerte entre las paredes de la cárcel, una “pena de muerte con paciencia” como dice Zaffaroni. ¿Cuál es la diferencia entonces, qué es lo que la turba y los defensores de la pena de muerte clásica echan de menos?. Simplemente la publicidad del suplicio, el ritual de la venganza, la ceremonia sangrienta de la confirmación del poder y de la vergüenza del ajusticiado. Lo que molesta es la pena silenciosa (la muerte lenta en prisión), el castigo incruento y privado que nos trajo la racionalidad moderna. Hoy es un tiempo de vuelta atrás en muchos apectos (de primitivismo) donde parecen retomarse las viejas prácticas, tiempos donde las garantías, los derechos y la proporcionalidad racional, parecen estorbar, obstaculizar. Veamos el otro caso noticioso, el del niño etiquetado “Cisarro”, pasa lo mismo. Un niño que pierde la condición de tal y pasa a ser un subhumano, que no tiene derechos, ni a la privacidad, ni a la reintegración, ni a la libertad, ni a la inimputabilidad. Se vuelve insólitamente a la arrogancia positivista del siglo XIX, con toda su perturbadora y cruel maquinaria estigmatizadora y falsamente curadora (en realidad selectiva). Hoy día, este niño está internado en un siquiátrico expuesto por la Televisión (la necesidad de escudriñar en el castigo), sometido a un tratamiento que lo “cure”, que lo sane de la enfermedad de la delincuencia, como si eso fuera posible. Se tolera esto porque si no lo podemos castigar, si se escapa de las garras punitivas, entonces debe ser un enfermo curable. Todos conceptos que hace más de 50 años fueron superados por el mundo civilizado. Estas dos situaciones, que trágicamente en una paradoja brutal, afectan a niños, nos hablan de las irracionalidades en torno al delito, a las falsas creencias que se retoman como verdades necesarias en las liturgias del castigo, en la renovada fe del pueblo en el verdugo, que como decía el maestro Carrara, es el verdadero curandero del derecho penal.

lunes, 10 de agosto de 2009

Columna aparecida el sábado 8 de agosto en el diario Chañarcillo

¿QUÉ HACER CON EL DELITO?

Definitivamente la cuestión del delito adquiere una dimensión cada vez más compleja y poderosa que forma parte de la cotidianeidad social gracias a la amplificación del fenómeno por los medios, planteando cada día nuevos dilemas que hace que los diferentes actores sociales se vayan preguntando en definitiva qué hacer con el delito?
En los recientes días tres hechos evidencian la complejidad del tema y dan algunas luces sobre la profundidad casi insondable de esta pregunta.
La semana pasada se informó por parte del Instituto Latinoamericano de las Naciones Unidas para la Prevención del Delito y el Tratamiento del Delincuente (ILANUD), que Chile con 318 presos por cada 100.000 habitantes, es el país latinoamericano con la tasa más alta de encarcelados, seguido por Panamá con 275, lo que significa tres cosas evidentes: que la solución penal que se privilegia en Chile es la cárcel, que la puerta giratoria es una ficción política y que la sensación de inseguridad de la población es independiente del nivel de encarcelamiento de personas por parte del Estado. Tres conclusiones claras.
Por otro lado en Holanda anuncian que van a cerrar cerca de 8 cárceles por falta de presos lo que tiene preocupado a los sindicatos de trabajadores penitenciarios. Actualmente, uno de cada tres condenados holandeses no es llevado a la cárcel sino que debe realizar trabajo comunitario, por lo que el número de detenidos se redujo en un 20% los últimos cuatro años, lo que ha redundado en una baja notoria de la reincidencia. Alguien dirá: pero eso pasa en países como Holanda solamente. Sin embargo Bélgica con una tasa de encarcelamiento significativa para los estándares europeos, está viendo la posibilidad de mandar sus presos al país vecino, dada la situación de sus recintos penitenciarios.
Volviendo a nuestro país, una noticia ha sacudido a todos, la del niño etiquetado como “Cizarro”, el prototipo del delincuente infantil, refractario a toda norma, con una historia familiar deplorable, multireincidente, finalmente enviado a un psiquiátrico porque no puede ser enviado a la cárcel (pero de todas formas institucionalizado). ¿Qué hacer con el niño?: optar por los sistemas penales que encarcelan a los niños o seguir adelante con la inefable resocialización, aquella que no reintegra a nadie.
En síntesis, en una semana, vemos la cárcel como paradigma inamovible versus la solución penal alternativa y como corolario la delincuencia juvenil e infantil como nuevo “flagelo” (no obstante la excepcionalidad de estos casos), lo que nos demuestra que la cuestión criminal es de compleja entidad. ¿Qué hacer con el delito? Parece una pregunta sin solución, sin embargo debemos tener presente que cuando optamos por el modelo neoliberal y nos alcanzó la globalización, debimos percatarnos que esto no sólo implicaba mejores celulares ni la posibilidad de subirse a un avión y pasar las vacaciones en Brasil en vez de Tongoy, significaba también menos control social informal, mayor consumo, barrios impersonales, mayores brechas sociales, desigualdad y exclusión, más trabajo presencial de los jefes de hogar (es decir pasar todo el día en el trabajo), con la subsecuente desatención de los hijos, internet masivo y la brecha tecnológica- generacional, más bienes de consumo circulando en las calles, un mensaje mediático permanente de gratificación instantánea hacia los jóvenes etc., todo lo cual implica mayores probabilidades de generación de conductas desviadas, por lo que a esta altura debemos conformarnos con ese dato duro: el delito es parte nuestra, es un hecho social. El punto es cómo tratamos el fenómeno del delito. En el reverso de la misma moneda, la estrategia de segregación punitiva como respuesta asumida por los estados neoliberales es probadamente criminógena y subraya la exclusión, generando un círculo vicioso de insospechadas consecuencias, de manera que con tasas importantes de delitos en forma permanente y respuestas inadecuadas, la cuestión criminal en nuestro país se está transformando en una suerte de perorata, un diálogo de sordos, un discurso vacío pero funcional a la gestión del poder.